En el ascensor

Eulogio entró en el portal con la bolsa de la compra en la mano. Pasó por delante del mostradorcito donde antaño había un conserje, pensando que desde que se jubiló Julián, el responsable de la portería, la Administración no había sido capaz de contratar a uno nuevo.

Dobló la esquina en dirección a los ascensores y se quedó petrificado. Anselmo, el vecino del séptimo B, estaba esperando el ascensor.

Pensó en hacer como que había olvidado algo y volver sobre sus pasos, pero ya era tarde. Anselmo, con sus ojos tristes y su aspecto cansado, ya se había dado cuenta de su presencia.

     – Buenos días – dijo Anselmo con voz grave – ¿sube?
     – Si, claro – se apresuró a contestar Eulogio

Con paso lento, como resistiéndose a subir, Eulogio recorrió los escasos seis metros que le separaban de la puerta del ascensor. Dentro, en una esquina, Anselmo cedía la mayor parte del habitáculo a Eulogio.

Entró en el ascensor poniéndose junto a la botonera.

     – ¿A dónde va? – preguntó Eulogio temiendo la respuesta.
     – Buena pregunta – respondió parsimoniosamente Anselmo – Es la pregunta fundamental: ¿A dónde vamos?, ¿De dónde venimos?… ¿Cuál es la razón de nuestra efímera existencia? ¿Es, como decía Sócrates, la cualidad de reflexionar sobre uno mismo o, como dicen los hilemorfistas aristotélicos, la conjunción de materia y forma en busca de la felicidad? ¡Quien puede saberlo en esta realidad coyuntural que nos acoge cotidianamente!…
     – Quiero decir que qué piso… – se apresuró a interrumpir Eulogio.
     – Pisar, pisar, lo que se dice pisar, según la física tradicional, está usted pisando el suelo de este ascensor, pero si nos atenemos a las corrientes sociales de finales del diecinueve, está usted en pie sobre una pirámide humana de clases y castas que le pone a pisar a los que se encuentran por debajo a ser pisado por los que ocupan posiciones más elevadas en ella…
     – ¿Al séptimo, ¿verdad? – dijo Eulogio tratando de evadirse de la palabrería de Anselmo.
     – No necesariamente – contestó Anselmo – no me considero especialmente violento para acceder a ese circulo infernal que describió Dante. Creo que pertenezco más al primero, ese limbo donde moran los insatisfechos por no haber conocido a Dios en su inmensidad.

Eulogio pulsó el numero siete y esperó en silencio a que el ascensor llegase al piso mientras Anselmo disertaba sobre los divino y lo humano. Al abrirse las puertas, haciendo un gesto teatral con la mano libre, como dando un muletazo, mostró a Anselmo el camino hacia su vivienda y, en cuanto salió del ascensor pulsó el botón de cerrar puertas y luego el del piso noveno.

¡Nunca más!, se dijo Eulogio, vuelvo a coger el ascensor con este petardo.

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