
Asomado está el sultán a la ventana,
hoy abriga una duda su mirada
porque sabe que temprano la sultana
fue al mercado que han abierto en la ensenada.
Y presume el sultán con desespero
que pudiera haber parado la señora
en el puesto que ha montado su joyero.
Este es un hombre artero y sibilino
que te vende una diadema de diamante,
un colgante de coral de Santorino,
o un perfume de gardenias de Bramante.
Y es que sabe el sultán que su consorte
no se puede resistir al dulce brillo
que en su pelo cincela ese cepillo
que compraron en la noble villa y corte.
Ni se escapa a sus ojos el pendiente
que trafica sin vergüenza el artesano
en su puesto colorido y reluciente.
Hoy vendrá Sherezade entusiasmada
con alguna chuchería en cada mano
que lucir orgullosa y encantada
en la próxima fiesta de su hermano.
Al erario del sultán esa escapada
va a causarle un feroz desasosiego
al mirar aquella bolsa desgarrada
en que guarda codicioso su dinero.